
Título: La historia de Erika
Texto: Ruth Vander Zee
Ilustración: Roberto Innocenti
Traducción: Pilar Martínez Mateos, Xosé Manuel González
Editorial: Kalandraka Pontevedra, 2005 (Reedición: 2014)
Para aquellos que aún no conozcan este álbum, la mejor sugerencia que se puede ofrecer es que por sí mismos se asomen a la historia. Roberto Innocenti retoma en ella el tema de otro exitoso álbum titulado Rosa Blanca.
El libro versa sobre una historia real, narrada por una superviviente del Holocausto a Ruth Vander Zee, la propia autora del texto, en un encuentro casual que tuvo lugar en Alemania en 1995. El trabajo de Innocenti y Vander Zee es excepcional.
El ilustrador ha optado por mostrar lo esencial: raíles, vagones, un cielo plomizo … Según él mismo explica en una entrevista, “en esa historia lo que importan son los objetos, o la niña que se queda sola. No puse ni tan siquiera rostros. Sólo hay una historia, que es lo esencial”. Las imágenes de la Segunda Guerra Mundial recurren al blanco y negro, como viejas fotografías, logrando una gran proximidad al pasado, mientras las figuras humanas, tanto de las víctimas como de los soldados, se presentan cortadas a la altura de la cintura o de espaldas y nunca nos muestran su rostro. Sólo las ilustraciones que abren y cierran la historia al margen del momento histórico que reflejan, emplean el color, junto con otra ilustración de la bebé. El propio Innocenti comentó haber visto de niño a unos refugiados que huían y llevaban un bebé envuelto en una manta rosa. Nunca lo olvidó.
La trama, dotada de gran sencillez, ya que parte del viaje que realizó una bebé (la narradora) en compañía de sus padres en uno de los trenes enviados por los nazis a los campos de exterminio, va ganando intensidad en cada página y nos va sumergiendo poco a poco, in crescendo, en el horror inexplicable, hasta alcanzar una tensión que desembocará en un instante que corta la respiración. Se acaban las palabras y la imagen asume toda la responsabilidad de la narración, todo queda en suspensión. Es difícil seguir adelante sin sentir un verdadero estremecimiento, pero la historia continúa porque Erika sigue viva. A partir de este hecho, el desenlace se precipita hasta fundirse con el presente, en el que una Erika convertida en abuela que, pese a todo, ha llevado una vida plena, nunca ha dejado de hacerse multitud de preguntas que nadie le responderá. Ella lo sabe. Son las mismas preguntas que nosotros nos hacemos. La empatía que se crea entre la narradora y los lectores es total y, de nuevo, tenemos la oportunidad de asistir a esos pequeños milagros que, de tanto en tanto, nos ofrecen los álbumes ilustrados.
Este libro lo he llevado a 1º de la ESO. Una vez que finalizó la lectura y que logramos volver a nuestra apacible realidad, iniciamos una sesión de preguntas y reflexiones que propiciaron el clima perfecto para que, con más calma y en casa, cada alumno formulase diez cuestiones que hubiera podido plantearse Erika. Estos son algunos ejemplos:
¿Cómo serían mis padres?, ¿cómo se llamaban?, ¿en qué trabajarían?, ¿habré tenido hermanos?, ¿cuál será mi nombre verdadero?, ¿y mis apellidos?, ¿cómo hubiese sido mi vida con mis verdaderos padres?, ¿qué día habré nacido?, ¿iría el resto de mi familia en el vagón?, ¿qué será de mis padres, estarán vivos?, ¿volverá a ocurrir otra cosa así?, ¿qué suerte correrán mis hijos el día de mañana?, ¿tendré parientes vivos?, ¿dónde vivíamos todos?, mi madre, ¿sería cariñosa?, ¿tendríamos alguna mascota?, ¿qué les ocurrió a mis padres?, ¿a quién me parezco?, ¿sufrirían mucho?, ¿los liberarían cuando acabó la guerra?, ¿por qué hubo esa guerra?, ¿cómo se les ocurrió esa idea para salvarme?, ¿cómo hubiese sido mi vida si no hubiese habido guerra?
Y para finalizar yo misma me hago esta pregunta de la que sí sé la respuesta: ¿no es esto lo que realmente merece la pena?
Olga Orviz