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CARTAS DE UNA PIONERA

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Cartas de una pionera

Elinore Pruitt Stewart

Hoja de lata

Yo tuve una abuela, como casi todo el mundo, que era digna de un premio nobel por la tortilla de patata y de dos por los frisuelos. Como la abuela de casi todo el mundo, ya digo. Se quedó viuda con cuarenta y cinco años y dos hijas, y las sacó adelante a base de trabajo y esfuerzo. Como casi todas las madres. Fue a la escuela por las tardes un año, pero sabía leer y escribir como un muchacho de primero de secundaria, y mejoró mucho en su vejez, porque era forofa del Hola y del Pronto. Se murió hace ya diecisiete años, cuando yo tenía casi veinte. Se murió de cáncer, en su cama, conmigo al lado. Me consta que fue una mujer de rompe y rasga, que se apagó al final porque la enfermedad la atacó por muchos frentes, pero que no era fácil de abatir porque había soportado todos los vientos, incluidos los de la hambrienta posguerra, mucho más fieros y dolorosos, aunque no tan traicioneros.

Además, mi abuela era de pueblo, “de pueblo, pueblo”, no como yo que estoy algo pulida. Mi güelita se crió en una casa sin baño, salía con seis años a llindar les vaques de madrugada, vivió el cortejo en la antojana de su casa, sabía trenzar maíz y cebolla, correr con madreñes, ayudar a parir a mujeres y bestias, iguar calcaños, poner inyecciones, practicar abortos, facer boroña en medio del monte, cortar patrones y coser cualquier cosa menos pantalones. Y se sabía las historias de todo el pueblo, porque todos la habían necesitado en algún momento. Y a ella no quedaba otra que contarle la verdad.

Pero si me preguntas a mí, era una mujer que se moría de risa recordando su vida porque siempre se saltaba las partes amargas. Pelando patatas para cuarenta con sus hijas o sus amigas podía estar desmoronada riendo a carcajadas, y la recuerdo asándonos castañas en un borrón, preparando el tractor para subir al monte a ganar un concurso de paella, dejándonos salir con ella en plena nevada a dar de comer a los perros, y a continuación metiéndonos a sus tres nietas en el bañal de la cocina para calentarnos los pies con el agua que salía del calentador de gas butano, organizando meriendas con las vecinas más viejas, yendo a visitar a los enfermos con el bote de melocotón en almíbar, la caja de pastas Reglero y un kilo de azúcar, …

He disfrutado Cartas de una pionera no solo porque Elinore Pruitt tenga un estilo desenfadado, auténtico y fresco, unas divertidas anécdotas que contar y un optimismo y energía vital envidiables. A medida que avanzaba en la lectura comprendía mejor un refrán que, al tratar con la gente, me repetía mi abuela como un mantra: “el mejor hermano, el vecino más cercano”, que es el producto de luchar contra una tierra hostil y saber que solo conseguirás algo en armonía con los que te rodean. Empecé a confundir Wyoming con Limanes, y me recordé de pequeña bautizando a las ovejas como los pioneros americanos bautizaban a sus animales, con cariño y picardía. Elinore trufa sus aventuras con las historias personales de muchos de sus vecinos, algunas de las cuales son profundamente tristes o dramáticas. Mi abuela hubiera podido escribir una nueva biblia y a veces, sobre todo si los interesados fallecían, te dejaba cuatro datos para que hilases el cuento, pero la verdad es que era una tumba. Yo creo que sabía demasiadas cosas y lo que mejor sabía era ser discreta.

Pero si algo queda de todo esto es la constancia de que si decides afrontar tu vida como una aventura, ganarás; que nada hay más fuerte que la determinación de ser feliz ocurra lo que ocurra a tu alrededor y que por igual puedes ser reina en la cuadra que mendiga en una corte, todo lo llevas dentro. Planta cara, disfruta del viaje y olvida todo lo que no te convenga. Mi güelita decía que sólo había que llorar la salud, que todo lo demás seguía su camino y que había mucho que segar para pararse en tonterías.

Esta pionera es un modelo vital: independiente, fuerte, feliz, generosa, compasiva, auténtica… No sé de cuál de las dos mujeres de las que trata esta reseña estoy hablando ya.

Gracias, Lara, por la recomendación. Vengo con el estómago lleno de recordar.

Lorena