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UNA LOBA PARA UN HECHIZO

Una loba para un hechizo

Autoría: Karah Sutton

Ilustrado por Pauliina Hannuniemi

Errata naturae, 2023

“¿Te han obligado a venir o has venido por tu propio pie?” Es la pregunta que la bruja Baba Yaga hace a toda aquella persona que se acerca a su casa para pedirle un favor donde medie su magia.

Si tú, lector o lectora, has llegado por tu propio pie a este libro, no tengas la mínima duda de que la magia de esta historia te envolverá.

Una loba para un hechizo es un bonito cuento popular que Karah Sutton ha convertido en una extensa novela, ampliando detalles y desarrollando tramas y personajes, para lograr una entretenidísima historia de valentía, solidaridad, justicia y amor a la Naturaleza.

El libro se divide en 50 capítulos, pero el ritmo de la lectura tiene dos tiempos clave. El primero, en el que se presentan todos los cabos sueltos de la trama y el segundo, en el que se van atando vertiginosamente. El efecto que se logra es el esperado. La novela te atrapa desde el principio y te engancha hasta el final, cuando estás deseando resolver todos los interrogantes del inicio. ¿Es Baba Yaga una bruja malvada? ¿Por qué la rehúyen los aldeanos? ¿Por qué la evitan hasta los lobos? Y los lobos, ¿por qué odian a los humanos? ¿Por qué Zima, la loba de la manada, estuvo a punto de tirarse a la yugular de la inocente Nadya? ¿Y quién es Nadya, esa niña huérfana que deambula sola por el bosque lleno de peligros? ¿Y por qué Katerina, su mejor amiga, ha sido elegida para ser la esposa del Zar? ¿Y por qué se cruzan los caminos de Zima, Nadya y Baba Yaga?

Atrayentes enigmas bien encadenados, personajes de narraciones y leyendas populares, pero con tintes humanos que los hace más interesantes y nos invitan a empatizar con ellos…todos los ingredientes perfectos para internarse en el mundo mágico de los cuentos.

Confiesa la autora que ha tenido la suerte de investigar su ascendencia rusa y polaca y de conocer bien los relatos populares de este país, lo que, en parte, está en la base de Una loba para un hechizo. Por eso explica que Babas Yagas hay muchas, pero ella ha querido personalizar la suya. Una bruja de contrastes, mágica pero de sentimientos humanos, dubitativa e insegura a veces. Una bruja que viaja en una taza voladora, habita una casa viva con patas y tiene un cuervo como consejero y acompañante. Una bruja que, a pesar de sus poderes, se comporta ingenuamente y es engañada, que comete errores como el que va a tener que enmendar en esta historia. De ella depende la seguridad del bosque, del que más que bruja, es guardiana.

Al final del libro, Karah Sutton también nos desvela el porqué del retrato positivo que hace de los lobos, materializado en la figura de Zima, una loba inteligente y bondadosa, que nada tiene que ver con el lobo feroz de tantas leyendas.

El libro contiene ilustraciones que animan la lectura y nos ayudan a saciar la curiosidad de lo que leemos. Son preciosos dibujos, que, aunque en blanco y negro, nos permiten situarnos mejor en el contexto de la historia, en su época y en sus numerosos escenarios. La ilustradora es Pauliina Hannuniemi que, sobre todo, ha acertado al dibujar el rostro de Baba Yaga, que coincide con la intención de la escritora. De hecho, la misma Sutton confiesa que no dudó en encomendarle este proyecto nada más que conoció sus dibujos.

Una loba para un hechizo ha recibido numerosos premios entre los que cabe destacar el de mejor libro juvenil de 2021, según el Bank Street College. Recomendado también por Canal lector, es un libro ideal para chicos y chicas desde 12 a todas las edades. Una novela que ofrece muchas posibilidades para su disfrute y para su análisis. Solo hay que tirar del hilo de cualquiera de sus protagonistas y nos sorprenderemos de que es un hilo casi universal, sin principio ni fin: el hilo de la fantasía que nos une a todos.

Alberto Lorenzo Villanueva

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NO HAY NADA QUE LEER

Código de Circulación 1

El código de circulación.

Mario Ramos.

Traducción de Rafael Ros

Corimbo. Barcelona, 2010.

Son las 19:55 y sólo me quedan 5 minutos antes de cerrar la librería y dar paso al fin de semana. Puedo decir que hasta el momento ha sido una tarde tranquila, casi aburrida, sin clientes cuyas preguntas hayan supuesto grandes retos literarios. Hasta el momento.

Suena el “clank” de la puerta al abrirse. Mis emociones se debaten. Por un lado, el cómodo tedio no quiere intrusos, así que me invita a pensar que quizá sólo es el viento, que hoy sopla fuerte fuera. Seguro que es quien viene a importunar. Por otro lado, la chispa intelectual se despierta, deseando que sea alguien que traiga esa duda que despierte los sentidos y ponga a prueba los reflejos.

Una chica de unos treinta y tantos se acerca al mostrador, con su pelo víctima del viento y cara de última hora.

– Buenas tardes. ¿Todavía me atiendes si te pido un libro?

(Punto para la chispa intelectual).

-Por supuesto. Dime, ¿en qué puedo ayudarte?

-Mira, tengo un niño de 6 años que está empezando a leer. Quería algo para que se fuese arrancando.

(En realidad lleva arrancándose desde que nació).

Aunque no es una petición infrecuente, esta vez decido dar una vuelta de tuerca más a la respuesta. Al fin y al cabo, un reto intelectual no se debería salvar por la vía fácil.

-A ver qué te parece éste.

Sin mediar palabra acerca del libro, le tiendo “El Código de Circulación”, de Mario Ramos, abierto por la primera página como invitación ineludible.

Su primera expresión es de satisfacción. Parece que va a resolver la papeleta más rápido de lo que esperaba. Pero a medida que pasa las páginas se va borrando su sonrisa y su cara de alivio, en favor de un ceño fruncido que traduce su incredulidad.

Sin siquiera terminar de pasar sus cuarenta páginas, denuncia:

-¡Pero si no tiene letra! – como si algún duendecillo fuera el responsable de haber robado el texto sin que yo lo supiera-. ¿Y cómo se supone que va a iniciarse en la lectura si no tiene nada que leer?

-Vale, reconozco que te lo mostré con la intención de llamar tu atención con respecto a esto. Pero en realidad, ¿no es cierto que, igual que leemos las señales en la carretera y con ello desciframos un mensaje, podemos leer las imágenes de este álbum ilustrado descubriendo así su historia?

-Bueno, visto de esa manera…

-No sólo eso. La mecánica de la lectura es algo sobrevalorado. Hoy día hay mucha presión para romper a leer. Nos debería importar la lectura interiorizada. En palabras de Graciela Montes1 “leer es, en un sentido amplio, develar un secreto. El secreto puede estar cifrado en imágenes, en palabras, en trozos privilegiados de ese continuum que llamamos realidad”.

-¿Y no resultará pobre este libro por tener sólo imágenes?

-Al contrario. Las ilustraciones en acuarela, tinta y lápices de Mario Ramos son ricas en matices y dejan ver tantas historias como quieras imaginar. Eso sí, requiere que quienes lo lean intervengan activamente. De lo contrario, se quedaría cojo.

-¿Y qué ves mejor, que se lo cuente yo o que lo lea él sólo?

-Voy a contarte lo que ocurrió cuando se lo leí a mi hijo. Tiene 5 años y, como el tuyo, lleva 5 años iniciándose en la lectura. La primera vez que lo abrimos, no sabía cómo empezar a contárselo. Así que, sin pensárselo dos veces, empezó él. La sensación fue extraña, pues por primera vez caí en la cuenta de que, frente a un álbum ilustrado sin palabras como éste, estábamos en igualdad de condiciones. Es más, su imaginación y su falta de cohibición adulta le daban ventaja. Su lógica visual era suficiente para ir descifrando la historia central, en la que Caperucita va atravesando el bosque camino de la casa de su abuela, cruzándose con personajes de la talla de Los tres osos, Pulgarcito o el mismísimo lobo feroz (no tan feroz aquí, como es habitual en la obra de Mario Ramos, donde los villanos suelen presentarse como bastante ridículos). Todos ellos en un contexto ajeno a sus obras de origen. También muchas otras historias se vislumbran en los márgenes del camino. Además, de forma muy original, cada uno de ellos viene precedido y presentado por una señal de tráfico con su silueta, invitando a adivinar escenas en ocasiones contrarias a las que nos expondrán en la doble página siguiente.

-¿Así que fue él quien te lo contó a ti?

-Así es. O más bien, así empezó. Y disfruté mucho de esa sensación. Pronto él me exigió que fuera yo quien inventase historias disparatadas, divertidas. Sin duda lo que más le gustaba era descubrir una nueva versión con cada relectura. Además, el hecho de conocer a muchos de los personajes que aparecen, provenientes de las fábulas de La Fontaine y de cuentos clásicos, dio una perspectiva más familiar a este álbum. A su vez, la obra se infiltró en esos mismos cuentos clásicos, con comentarios de vuelta al Código de Circulación desde las historias que protagonizan los personajes del libro. Así me sorprendí a mí misma interpretando a los tres cerditos como adolescentes traviesos; dando la vuelta al cazador que escapa de su presa; con Pulgarcito animando a Caperucita al uso del casco (un tanto que se anota la educación vial, pues enseguida mi hijo criticaba la falta de protección en todos los personajes que van sobre ruedas), o la mamá de Caperucita ofreciendo a voces el pañuelo a su hija por ese constipado que tiene…

-¿Y cómo dices que se llama el autor? ¿O debería decir ilustrador?

-Mario Ramos. Belga de nacimiento, de madre belga y padre portugués. Muy conocido y valorado especialmente en Francia y Bélgica (tiene su propio día nacional en estos países, el 7 de noviembre). Me alegra que lo plantees como ilustrador. Aunque el dibujo fue una constante en su vida, tanto a nivel profesional como personal y emocional, él siempre se consideró un narrador. Le gustaba tratar temas serios, de gran peso, de forma que llegaran a los niños. Para ello, utilizó personajes animales que distanciasen al lector infantil de temas opresivos sin perder la esencia de los mismos. Como hilo conductor y filosofía de vida, aportaba el humor que, tamizado sobre toda su obra, le dio ese estilo personal que es tan reconocible en su trabajo. Malvados ridiculizados y vencidos con la imaginación o la igualdad entre poderosos y los que no lo son tanto, son distintivos de Mario Ramos. Quizá este afán por contar provenga de sus dificultades para comunicarse en la infancia. Algunos libros le ayudaron a superarlas y a través de sus álbumes ilustrados quiso brindar la misma herramienta a otros niños.

Para Mario Ramos un libro sólo existe cuando el lector lo lee. Te invito a que leas este libro a tu hijo. Con tu hijo. O que dejes que tu hijo te lo lea a ti.

-Sin duda me has convencido. Y no sólo voy a llevar este álbum ilustrado sin texto, sino que además voy a empezar a valorar mucho más lo que no está literalmente escrito. También cada ilustración. Y aún más: lo que ni siquiera se muestra.

-Me alegro mucho. Lo envuelvo para regalo, ¿verdad?

-Sí, por favor

-¿Qué nombre pongo?

El nombre ahoga mi respuesta. Lo envuelvo con un cariño especial. Es lo menos que puedo hacer en homenaje a este gran autor que nos dejó antes de tiempo tras haberse demostrado como una persona esencialmente tierna, honrada y capaz de recurrir al humor como la cortesía de la desesperación.

De la misma manera que esta reseña verá la luz gracias a Bosque de Lecturas, me gustaría agradecer a las personas que forman parte de este magnífico proyecto su pasión, dedicación personal y cariño . Gracias por invitarme a este magnífico viaje, el viaje de la lectura.

Laura F.

Citas:  Montes, Graciela (1999). La frontera indómita. México: Fondo de Cultura Económica.

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EL ORO DE LA LIEBRE

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EL ORO DE LA LIEBRE

Martin Baltscheit y Christine Schwarz 

Ilustraciones de Martin Baltscheit 

Editorial  Lóguez , 2015

La liebre de la cubierta, que en su primer día de vida ya tuvo miedo del segundo, se convirtió en víctima de sí misma a pesar de su enorme arcón lleno de oro. Construyó su propia cárcel de soledad, cuyos barrotes se reflejan en sus enormes ojos asustados. La muerte, cómo no, la encontró sola. Y varios meses tardaron en encontrarla los demás animales del bosque.

Para que siga el cuento, el testamento de la liebre dispone que todo su oro sea para el miedoso más grande del bosque. Y hete aquí que, por iniciativa de la lechuza, comienza la gran competición para descubrir quién merece el tesoro. Para saber por qué el elegido es el lobo -de todos los animales del bosque precisamente el peligroso gran lobo, con esa tradición popular que en principio lo desacredita totalmente- hay que leer el decantado e irónico texto de este álbum y detenerse en la intensidad de sus imágenes y en las miradas de los animales que nos interpelan.

Al final, parece que el lobo, como la liebre, cae prisionero de su propia trampa y se adoba en su propio miedo, así que, ¿no sería mejor trepar a los árboles, jugar, saltar, correr, compartir y disfrutar? Este primer nivel de lectura será intuido rápidamente por la gente menuda. Pero hay más niveles de lectura: ¿tendrá algo que ver este sinsentido de sistema capitalista en el que vivimos? ¿Acaparar riquezas sirve de algo cuando llega la muerte? ¿Cómo detener a la mayoría de la población que clama por un reparto justo de la riqueza si no es inoculando miedo?

Ana M.